Seco antes de la cena.—Por supuesto, señora —dijo William, y se distanció.Mi abuela fingió que se le había caído algo y, al agacharse, me dejó enel suelo bajo la mesa.—¡Ve, cariño, ve!
Seco antes de la cena.—Por supuesto, señora —dijo William, y se distanció.Mi abuela fingió que se le había caído algo y, al agacharse, me dejó enel suelo bajo la mesa.—¡Ve, cariño, ve! —murmuró, y luego se enderezó.En este momento estaba solo. Se encontraba parado, agarrando el frasco. Sabíaexactamente dónde estaba la puerta de la cocina. Debía recorrer como lamitad del comedor para llegar a ella. Allí va, pensé, y me lancé como unrayo hacia la pared. No tenía intención de atravesar el suelo del comedor.
—anunció La Enorme Bruja—. Este esel prrogrrama para el rresto de vuestrra estancia en el hotel. Ahorra mismotenemos que proceder a la Terrrasa Radiante parra tomarr el té con ese rrridículodirrector. Luego, a las seis de la tarrde, las brugas que son muchos viegasparra trreparr a los árboles en pos de huevos de págarro grruñón irrán ami habitación a rrrecoguer 2 frascos de Rratonisadorr. El númerro de mihabitación es el cuatrrocientos cincuenta y cuatrro.
Memetí en un bolsillo del costado en el bolso, cerca del broche,
shein roupa infantil Masculino y desde allípodía asomar la cabeza siempre y cuando quisiera.—Eh —dijo Bruno—. Deme el resto del plátano que comía.—Oh, bueno —dijo mi abuela—. Lo que sea con tal de que te calles.Echó el plátano medio comido en el bolso, se colgó éste del brazoy salió de la habitación. Recorrió el pasillo dando golpecitos con su bastón.Bajamos en el ascensor a la planta baja y atravesamos el Salón deLectura, camino de la Salón. Allí estaban, efectivamente, el señor y la señoraJenkins, sentados en unos cuantos butacas con una mesa baja de cristal entrelos dos. Había varios otros grupos de personas, pero los Jenkins eran laúnica pareja que estaba sola.
—Creo que tienes razón —dijo—. Es casi seguramente esta habitaciónestá justo bajo la tuya.Volvió por el pasillo contando el número de puertas que había desde lahabitación de La Enorme Bruja hasta las escaleras. Eran seis.Subió hasta el quinto piso y repitió la operación.—¡Ciertamente, está justo bajo ti! ¡Suhabitación está justo bajo la tuya!
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Era enana, probablementeno mediría mucho más de un metro treinta centímetros. ¿Y por qué estaban todas las otras brujascontemplándola con tal mezcla de adoración y temor? Muy despacio, la joven de la tarima levantó las manos hacia su cara. Vique sus dedos enguantados desenganchaban algo tras las orejas yluego… ¡entonces se pellizcó las mejillas y se quitó la cara de cuajo!
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Está bueno.También él charlaba con una voz normalísima. Uno supondría que, si unratón pudiese hablar, tendría la vocecita más baja y chirriante que se puedaimaginar. Ahora todas y cada una de las mujeres, o mejor dicho, las brujas, estaban inmóviles ensus sillas, viendo fijamente, como hipnotizadas, a alguien que habíaaparecido de repente en la tarima. Era otra mujer.La primera cosa que noté en ella era su tamaño.
Las brujas
Es una situación de lavida.Yo estaba indignado. Había una sonrisa picara en su cara y yo entendí que estaba a puntode meter al señor Jenkins en problemas.—¿Quién? —Esa mujer que está allí —dijo mi abuela—. La bajita del traje negroque está a la cabecera de la mesa larga.—¡Pero si es de la RSPCN! —No, no lo es —ha dicho mi abuela—. Es La Enorme Bruja del MundoEntero.—¿Quiere decir que fue ella, esa mujercita flaca de allí? —chilló elseñor Jenkins, señalándola con un dedo—.
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